Hay un deseo de acceder al Yo, pero el drogadicto se auto-castiga igual que sus impulsos vitales fueron castrados durante su primera infancia, matando su espontaneidad vital. En un principio el drogadicto afirma haber experimentado sentimientos de una intensidad desconocida, no obstante este hecho le hace ver mas claramente el vacío que existe en su habitual vida emocional. Incapaz de pensar que puede existir sin la adicción, empieza su deseo de repetir la experiencia. Sabe que existe su Yo, pero también sabe que desde su infancia su Yo verdadero, no tiene oportunidad alguna de vivir. Llega a un acuerdo con el destino, encontrarse de vez en cuando con su Yo sin que nadie se de cuenta, ni siquiera él mismo, es la adicción la que realiza la experiencia, el efecto le viene de afuera, nunca llegara a ser parte integrante de su Yo, él nunca tendrá que asumir responsabilidad alguna por sus sentimientos. Entre chute y chute: la apatía, letargo, vacío, m...